Aviso para navegantes

En memoria de Fernando Cuen Martín, que me amó y creyó en mí. Ya ha pasado un año. Siempre en mi corazón.

martes, 22 de diciembre de 2015

El mar tras un naufragio



El naúfrago contempla el mar desde la orilla a la que ha llegado exhausto, entumecido de frío y casi desnudo. Se arrodilla en la arena y respira con dificultad. No puede creer que haya conseguido llegar a tierra y que las olas enfurecidas no lo hayan engullido, furiosas, y arrastrado hacia el fondo del mar o contra el arrecife.

El barco que hasta hacía unas pocas horas surcaba, veloz y orgulloso, las aguas tranquilas bajo un cielo azul apenas salpicado de nubes blancas, ha sucumbido a la feroz tormenta que metaformoseó a aquellas en monstruos voraces, y de él no han quedado más que informes pedazos que flotan como testimonio de que el mar, símbolo de vida, también guarda una guadaña capaz de segar sueños.

El naúfrago se mira las manos vacías y su cuerpo desnudo, pero tras horas de agonía descubre que, aun vacías, aún tiene sus manos y que su cuerpo desnudo, magullado y sangrante, puede ponerse en pie y caminar.

Creyó que jamás conseguiría escapar a la fuerza inmisericorde de las olas, a la indiferencia del viento que destrozó velas y mástiles y que lo vapuleó y arrastró como una marioneta rota, mientras se hundía una y otra vez y pataleaba para salir a la superficie.

Pero allí está, milagrosamente vivo, y el mar duerme y se mece. Y, tan solo los restos del naufragio delatan su noche de furia y crueldad.

Restos del naufragio: recuerdos, fotos, imágenes, ilusiones rotas, decepciones, llanto, su voz y, a veces, su presencia en el mundo onírico, en donde aún puede abrazarme.
 
Y como el naúfrago, he llegado a tierra y toco la arena con mis manos, y soy capaz de ponerme en pie, magullada y herida y casi desnuda, pero con una mayor clarividencia, mezcla de la tristeza y las decepciones. Y sólo existen dos opciones, dejar de luchar contra las olas y hundirse, o arrastrarse a la orilla y seguir viviendo, recogiendo los restos del naufragio, llevándolos como mochila, no como ancla.



domingo, 6 de diciembre de 2015

Diario de un duelo




Cuando tenía catorce o quince años escribí un diario en el que me desahogaba explicando mis sentimientos, mis dudas, mis complejos, mis alegrías y todas aquellas cosas que me sentía incapaz de explicarle a nadie más y, mucho menos a mi madre, una buena madre, pero de otra generación con ideas muy limitadas. Ese diario no era más que una libreta vulgar, de muelle, que yo guardaba entre mi ropa, en un lugar a buen recaudo de la curiosidad y los ojos de los demás.

Hoy en día, en la época de la globalización, de las comunicaciones, de las redes sociales, he vuelto a escribir un diario, con la diferencia de que ya no se llama diario, sino blog, y  ya no está escondido en un cajón, sino que lo comparto con otra mucha gente a la que ni siquiera conozco.

Este blog no empezó siendo un diario, no era esa mi intención. Mi intención era volver a escribir, recuperar un sueño, despertar a esa escritora que se había quedado dormida mientras la vida la llevaba por otros caminos. Mi intención era escribir relatos y hacer algunas reflexiones, porque escribir es la forma en la que me expreso mejor, en la que puedo ser yo misma, volcar lo que llevo dentro sobre un papel,  pues pocas veces vemos más allá del caparazón de las personas al que llamamos cuerpo.

 Sin embargo la muerte de Fernando ha tenido dos efectos. Por una parte ha acrecentado mi deseo de despertar a esa escritora dormida y por otra ha convertido mi blog en un diario, en el diario de mi duelo por su muerte. Él me empujó a escribir cuando vivía y ha vuelto a hacerlo desde el lugar donde se encuentra. Quizás él ya no sea él, ya no sea Fernando, pero de alguna manera sigue presente. La energía no desaparece, sólo se transforma, y él era pura energía.

Los meses han ido pasando, el dolor mitigándose, y a pesar de las recaídas que llegan cuando menos me lo espero, zarandeándome y convirtiendo mi pena en rabia o en llanto, he empezado a levantarme,  aunque mi alma sea como un cristal resquebrajado y mi corazón esté cicatrizando.

 Estoy en pie y sigo viva, en esta absurda vida que ha perdido el sentido trascendente que antes tenía para mi, pero aquí estoy y no tengo otra opción que seguir caminando;  tengo un hijo al que cuidar y  un perro y unas gatas que son mi responsabilidad. Tengo que seguir caminando porque es lo que Fernando querría que hiciera, seguir caminando y seguir viviendo, aunque no tenga ni idea de para qué estamos aquí ni para qué vivimos.

Continuaré escribiendo, otras personas subirán al tren conmigo yendo de una estación a otra y quizás vuelva a encontrar el sentido a todo esto.

 La muerte de alguien que comparte su vida contigo destruye parte de la tuya, y es muy difícil y doloroso cambiar las perspectiva, y volver a enfocar la mirada en otra dirección sin esa persona. Durante meses el futuro se ve borroso y luego poco a poco se empiezan a distinguir los contornos. Ya no es el futuro al que te dirigías antes, ni siquiera sabes cual es, pero al menos puedes verlo.

Casi Navidad. Nada de celebraciones este año. No soy capaz de celebrar nada. No todavía. Volveré a a hacerlo, pero seguiré recordando a alguien que me quiso como nunca me habían querido jamás.

Buenas noches

domingo, 22 de noviembre de 2015

Expedientes de personal, entrada no demasiado poética

Hace un par de días, mientras estaba en el archivo de personal de la Subdirección de Recursos Humanos en la que trabajo, me vino una idea a la cabeza, así, de repente. Nunca me lo había planteado, pero al pensar en los expedientes de personal alfabéticamente ordenados en los armarios de aquel archivo, pensé en lo que sucede cuando hay alguna defunción de alguno de los trabajadores, por enfermedad, por accidente, por la razón que sea, a la edad que sea: ese expediente sale del archivo y se guarda aparte, en una caja, en lo alto de alguna estantería y, tarde o temprano, imagino que se destruye.

Un expediente de personal con diversos apartados: datos identicativos, vida laboral, formación...que resumen la vida de cada uno de los empleados que componen la plantilla de esa administración pública en la que paso varias horas al día, multiplicadas por meses y por años.

Y entonces extrapolé esa idea a la vida real y cotidiana. Cientos, miles, millones de personas que habitamos este planeta y que somos como esos expedientes personales que van llenándose de documentación, que si el DNI, que si el libro de familia, que si el título universitario, que si el diploma de un curso. Somos como esos expedientes personales que un día alguien retira y guarda, lejos ya de las miradas, cuando dejamos de respirar, cuando nuestro corazón ya no palpita.

Durante un tiempo la familia nos llora, los amigos piensan en nosotros y, para los que más nos querían, somos un dulce recuerdo que, en ocasiones, les dibuja una sonrisa en los labios; pero la vida sigue, los amigos, la familia y los que más nos han llorado siguen con sus propias vidas, van a trabajar, salen, se divierten, viajan, se casan, tienen hijos y asumen que la vida es eso, seguir adelante hasta que su propio expediente personal vaya a parar a una caja con la etiqueta de "Defunciones".

Es así. Hace seis meses y 28 días que Fernando murió, seis meses y 28 días de recordarlo constantemente, a cada momento, de vivir rodeada de sus fotos y sus recuerdos, de imágenes de nuestras vivencias que me asaltan cuando menos me lo espero, desde las más triviales a las más emotivas. Siempre estará dentro de mi y tendrá un lugar privilegiado en mi corazón.

Hace ya un tiempo que superé el estupor de ver cómo los demás seguían con sus vidas, como si nada hubiera sucedido, dedicando a Fernando poco más que algún recuerdo entrañable y dedicándome a mi poco más que algún pensamiento aislado, por eso, porque nada ni nadie se detiene, porque la vida fluye y nosotros somos simples gotas de agua en ese fluir perpetuo.

Sé que tengo que seguir e ir llenando los compartimentos de mi expediente personal, por mi misma, abriendo mis puertas a otras experiencias y a otras personas, sin esperar demasiado de nadie. Esa es una lección que ya he aprendido, tan cierta como que amanece cada día, que necesitamos respirar o que la tierra gira alrededor del sol. Las personas entran y salen de nuestras vidas, unas porque quieren, otras porque nosotros queremos y otras sin que ni ellas ni nosotros queramos. Y no hay que aferrarse a ninguna de ellas, tan solo a aquellas que se van a la fuerza, sin desearlo. Y aún así hay que seguir adelante, haciendoles un sitio en nuestro corazón para que su recuerdo viva, mientras nosotros seguimos tomando lo que la vida nos da, a la espera de que alguien nos saque del archivo.



sábado, 31 de octubre de 2015

Potros y tortugas o la vida que huye




Sábado...otra vez. Los días pasan unos detrás de otros, a veces brincan y saltan y trotan como potros salvajes; otras veces se arrastran lentos, un paso detrás de otro, como tortugas centenarias. Pero el resultado siempre es el mismo: al llegar el sábado y mirar atrás, me pregunto dónde ha ido cada minuto, incluso esos que se alargaban sin fin y se olvidaban de irse mientras correteaban sobre las teclas del ordenador y se escondían entre los papeles. Pasan los días y pasa la vida y apenas nos damos cuenta de lo frágil y fugaz que es, perdidos en nuestros estúpidos quehaceres y obligaciones.

Durante los últimos seis meses, hay días en que he llegado a detestar la vida y la he acusado de arrebatarme a quien quise y quiero tanto. Y, sin embargo, no es la culpable. Lo cierto es que, corriendo de un lugar a otro, la dejamos de lado, al borde del camino y luego, cuando giramos la cabeza, o bien no la vemos, o la distinguimos como un punto pequeño en el horizonte. Es entonces cuando nos preguntamos cuánto tiempo hace que se quedó ella allí sentada esperándonos, y la pobre no entiende por qué nos quejamos tanto de que se vaya tan rápido, cuando somos nosotros los que la dejamos olvidada.

Hace un par de días, al abrir mi armario, en donde aún está colgada su ropa al lado de la mía, no puede evitar acariciar sus camisas y buscar su olor en su chaqueta. Tarde o temprano tendré que guardarla y decidir qué hacer con ella, aunque de momento me siento incapaz de desprenderme de nada. Sé que él no va a volver, pero tenerla es como tener algo suyo, algo material y tangible.

Fernando nunca dejó la vida al borde del camino, siempre la llevó con él, firmemente cogida de la mano. No dejó que se le escapara ningún minuto, hizo cientos de cosas, disfrutó de cada momento de diminuta felicidad.  Era vital, y las desgracias propias y ajenas a las que tuvo que hacer frente no hicieron más que reforzar esa gran fuerza interior que le permitían valorar la vida, la Vida: la rosa y las espinas, la miel y las heces.

Cuando el vacío de su ausencia se mitiga un poco, cuando la tristeza se echa a dormir durante un rato, me digo a mi misma que tengo que seguir adelante, por él y por mí, que tengo que aprender a vivir como el vivió. Sé que es imposible, pero quizas su ejemplo me sirva, cuando su pérdida sea más llevadera, para recoger cada minuto perdido, tenderle la mano a los días, a los pasados, a los presentes y los que están por venir y seguir caminando hasta que llegue la estación en la que tenga que bajarme. Así podré saludar a los que sigan su viaje, sin arrepentirme de lo que dejé por hacer, satisfecha de haber hecho mi camino lo mejor que supe. 

sábado, 17 de octubre de 2015

Ida y vuelta o el eterno retorno




De Barcelona a Madrid, 17 de octubre de 2015

Son las 8:10 de la mañana. El AVE acaba de dejar atrás la estación de Sants en dirección a Madrid. Sus siguientes paradas son Camp Tarragona, Lleida Pirineus, Tres Delicias, Calatayud y, como final de recorrido, Madrid-Puerta de Atocha.

Escribo esta entrada mientras contemplo el paisaje a través del cristal de la ventanilla  a 239 km/hora y escucho Arcadia de Miriam Stockley. Desde hace unos años, cuando necesito escribir, soñar, perderme en mi mundo, es la música de este estilo la que necesito.

Madrid es mi destino por primera vez desde hace cinco meses. En aquella ocasión fue para hacer que las cenizas de Fernando descansaran en paz. Las cenizas y no su espíritu, porque Fernando era un hombre inquieto, un hombre de acción…y ahora que por fin está libre de ese cuerpo material que enferma, duele y se cansa, imagino que no cesa de recorrer su Sierra de Guadarrama, de interesarse por lo que hacen sus amigos, de recoger noticias para tener informados a los habitantes de ese mundo al que llamamos Más Allá (aunque en realidad está muy cerca, en nuestros corazones). Y, estoy totalmente segura, sigue los pasos de su ranita, que no lo olvida ni un solo momento. Siento que, muchas veces, vea mi tristeza, mi melancolía, mi rabia… 

Cariño, si no fuera así no se le podría llamar amor a lo que sentí y lo que siento por ti.

Este es un viaje de ida y vuelta. El domingo volveré a estar en Barcelona. Es un viaje de ida y vuelta, en realidad un viaje de eterno retorno, pues, aunque no sé cuánto tardaré en volver a pisar Atocha cuando tome el tren de regreso, mis sentimientos y mi corazón retornan una y otra vez a Fernando.

Sé que él no querría que me rindiera a la pena y a la desilusión. Él no. Vital, amante de la vida como era a pesar de los desengaños, a pesar de la desesperación por la estupidez humana y las injusticias, nunca dejó de disfrutar de cualquier momento de felicidad, por pequeño que fuera, como contemplar abrazados el mar o pasear con sus perrillos.

Bruna se marchó antes que él. No me cabe duda de que ahora ella vuelve a trotar a su lado, salpicando trozos de nube, contenta de haberse reunido otra vez con su amo querido. Zulú y yo nos reuniremos con ellos cuando llegue el momento y, desde allí, cuidaremos de los que queremos, de aquellos que nos recuerden con lágrimas en el corazón y una sonrisa en los labios.

Poco a poco hago las paces con la Vida y con la Muerte, que no son más que las dos caras de la misma realidad. Durante un tiempo no vemos la cara oculta, como sucede con la Luna pero,  cuando nuestros días terminan en esta cara visible desde la que ahora escribo estas líneas, hacemos un viaje a la cara oculta…y es en esa cara oculta en donde la iluminación es mejor…. Eso es lo que creo cuando la pena me da tregua y de nuevo mi yo anterior a la muerte de Fernando bracea hasta la superficie para respirar.

Volveré a ser yo, pero ya nunca seré la misma. Fernando abrió mi campo de visión y me hizo ampliar mi perspectiva. Mi vida nunca será la misma después de haberlo conocido. Y su muerte ha vapuleado ideas y creencias y me ha dejado temblorosa y perdida…

Sin embargo, tras estos meses de sufrir por su ausencia, de tristeza, de rabia contra todo, de ira contra la Vida, contra la Muerte, contra Dios… tras estos meses de no encontrar sentido a nada, he conseguido aferrarme a un resquicio del precipicio, he escalado dando traspiés y me he sentado mirando al horizonte.

Nunca seré la misma, pero el sentido de la vida sigue siendo el que era, amar, cuidar, arropar el alma de los que quiero y de los que llegarán y a los que querré. ¿Qué otro sentido tiene la vida? Sí. Vivir el momento, disfrutar, irse de viaje, tomarse unas copas…. Pero yo no hablo de ese tipo de sentido. Yo hablo del sentido trascendente, del que está dentro de nosotros, de nuestra conciencia, de nuestro espíritu, de eso que me niego a aceptar que muera cuando nuestro pobre cuerpo hecho de agua, de células, de materia, desaparece. Su muerte me ha puesto muy difícil continuar creyendo en eso, pero creo que ganaré la batalla. 

Por ello, no permitiré que mi corazón se empozoñe con el dolor que esos que hirieron y que quisieron humillar a Fernando me causaron. Lo que le atrajo de mí, según decía, fue mi sinceridad, mi generosidad que hacía que no me diera cuenta de la maldad que existía.

Ya tengo 49 años y mucho vivido, sobre todo desde abril, y ya sé que la maldad existe y no sólo en las noticias de televisión, sino muy cercana, como la que le rondaba a él…. Sin embargo, no dejaré que mi corazón se pudra como el de aquellos que, en lugar de con comprensión y amor,  envolvieron a Fernando con odio. No. No lo permitiré porque entonces habrán ganado la guerra y la ranita que él amó dejará de existir.

Eso no quiere decir que olvide o perdone. Ni olvidaré, ni perdonaré. Y si la vida me da la oportunidad, devolveré el golpe.

domingo, 11 de octubre de 2015

Perspectivas y expectativas



Decidí que tus cenizas descansaran en Madrid, cerca de la sierra de Guadarrama  que tanto amabas y que habías recorrido desde tu infancia, palmo a palmo. El monte era el lugar en el que te refugiabas cuando los fantasmas del pasado o los demonios del prensente menguaban tus fuerzas y zarandeaban tu espíritu.

 El diablo no existe. Hay personas que son diablos. Tú y yo lo sabemos. Y la realidad es, en muchas ocasiones, cruel, despótica y arbitraria, por mucho que cambiemos la perspectiva desde la cual la contemplamos. Es mejor no crearnos demasiadas expectativas porque la realidad puede aparecer disfrazada de negro con una guadaña y cercenarlas de golpe.

Los días pasan y yo no tengo demasiadas expectativas...ni tampoco demasiadas ilusiones... Sigo con el piloto automático conectado mientras mi corazón y mi mente vagan sin un rumbo definido entre los recuerdos y el dolor de la ausencia. En algunos momentos no puedo entender que ya no estés, que te marcharas de repente, de un día para otro. Que estuvieras vivo y un segundo después tu corazón dejara de latir.

Hay días en que se diría que el optimismo abre las cortinas y sube la persiana. Entonces, entra algo de luz y soy capaz de ver algo a través de las brumas del futuro, y me siento capaz de seguir adelante, de hacer planes, de estudiar, de cambiar de trabajo, de volver a ser feliz. Sin embargo, hasta ahora, sólo sucede durante cortos espacios de tiempo, una hora, una mañana...y entonces tu pérdida vuelve a bajar las persianas y cerrar las cortinas y me siento sola, melancólica y (cuando la soledad y la melancolía se hacen insoportables) furiosa.

Expectativas que se quiebran y decepciones que escuecen. La muerte es una excelente maestra y pronto nos enseña que, al final, el que sufre y el que más llora a un ser querido es el que se queda solo, el resto de familiares y amigos se desvía pronto del camino del duelo y retoman sus vidas como si nada hubiera pasado.

Ayer por la mañana el optimismo abrió las cortinas y subió las persianas de mi alma y, en aquel momento, pensé en la próxima entrada de mi blog y en lo que quería explicar  pero, aceptad mis disculpas aquellos que me leáis si en realidad esta entrada vuelve a estar teñida de tristeza y meláncolía. Mi habitación está a oscuras.

LLegarán días mejores, el dolor y la tristeza darán lugar a la dulzura del recuerdo y yo podré continuar con mi camino, pero la Gran Maestra me habrá enseñado algunas lecciones, entre ellas que no debo esperar demasiado de nadie, ni crearme demasiadas expectativas. La única persona de la que hubiera podido esperarlo todo ya no está.







sábado, 3 de octubre de 2015

Habitación con vistas

El otoño ha llegado. Desde hace días el cielo se ha cambiado de ropa y viste de gris, y estalla en llanto a cada momento, mojando de lágrimas calles y tejados. El cielo no quiere despedirse del verano y se aferra a su mano porque sabe que no volverán a encontrarse hasta dentro de mucho tiempo. El cielo y el verano tienen suerte, algún día, dentro de unos meses, volverán a abrazarse, pero las despedidas siempre son tristes, aunque no sean para siempre.


La pereza me envuelve, el color gris también es el color de mi alma. También llegará el verano para ella, pero no habrá ningún reencuentro, porque Fernando no volverá para abrazarla, no volverá para abrazar mi alma y acariciar mi cabello.

Sin embargo volverá a salir el sol y quizás yo misma podré iluminar con mi propia luz a otras personas. 

Desde abril no he cesado de preguntarme por el sentido de la vida.  Día tras día me cuestiono si vale la pena estar en este mundo, traer niños a él, me pregunto de qué sirve nacer.  El "carpe diem" que todo el mundo invoca me parece casi una estupidez si al fin y al cabo la muerte llamará a nuestra puerta más tarde o más temprano. 

Sin embargo, a pesar de la tragedia, de la tristeza, del tremendo peso que soporta mi espíritu, a pesar del odio y la rabia, aunque no quiera escuchar esa voz que se ahoga dentro de mi desde que él murió,  de tanto en tanto, a fuerza de intentarlo, consigue llamar mi atención y me recuerda que, por mucho que dude, el significado de la vida sigue siendo para mi el mismo que ha sido siempre: dar amor, cuidar, crear un hogar en el que los míos se sientan queridos y protegidos y caminar por el camino de mi existencia haciendo todo el bien que pueda y, en su defecto, intentando hacer el menor daño posible. No siempre lo he conseguido, pero siempre, a pesar de mis imperfecciones, de mis defectos, de mi ego y de mis debilidades, es lo que he creído y es lo que he intentado. 

Habitaciones con vistas. Nunca me cansaba de hacer la misma fotografía desde el balcón de su hogar, desde el balcón del salón. La sierra al fondo, el campanario coronado por los nidos de las cigüeñas, los tejados. 

La fotografía que encabeza mi entrada de hoy es una de tantas versiones del mismo paisaje, de las vistas que podía contemplar desde su salón, desde su habitación , de las vistas que no podía evitar fotografiar cada vez que iba a visitarlo. Fotografías al amanecer, al anochecer, con sol, con nubes. Ese paisaje era, para mi, uno de los simbolos de nuestro amor. Frente a ese paisaje, abrazados en el balcón, sentíamos unan paz infinita.  Recuerdo que alguna vez lo habíamos expresado en palabras mientras contemplábamos el horizonte, diciendo algo así como: "¡Qué poco pedimos! Simplemente compartir cada día estos momentos de tranquilidad, de paz, juntos"

Ha llegado el otoño y llegará el invierno. Espero que algún día mi alma consiga sacudirse el frío y que, cuando abra la puerta, la primavera haya regresado y el sol vuelva a calentarla. 

Siempre, siempre, suceda lo que suceda, mi corazón será el hogar de Fernando, el lugar en el que él siempre se sintió protegido y amado, porque da igual donde vayamos, el hogar siempre está en donde están las personas que nos aman, no entre cuatro paredes, sino dentro de su corazón.


sábado, 19 de septiembre de 2015

Manos que se entrelazan



Una semana más. Casi cinco meses desde que la muerte entró sin llamar, te encontró durmiendo y te arrastró con ella a traición, sin darte tiempo a defenderte. Si no hubiera sido así, hubieras luchado con uñas y dientes, porque nunca te faltó el valor para defenderte y para defender a los que que querías, para defender tus valores y tus creencias. 

Muerte cobarde y traidora, no sé si algún día podré hacer las paces contigo. 

Una semana más y la ausencia es como un agujero negro que me absorbe. Soy una más entre los pasajeros del tren que me encuentro cada día al ir a trabajar, una más al caminar por la calle, una más entre los compañeros de oficina, una más en el supermercado... Pero sólo estoy presente a medias, mi espíritu y mi mente están en otro mundo paralelo en el que estás tú: recuerdos, instantáneas, imágenes, palabras, risas, sueños...

Las noticias hablan de la tragedia de los inmigrantes sirios y a cada momento me pregunto qué hubieras dicho tú, qué me hubieras explicado, si estarías de acuerdo o no con la información, con los comentarios. Tu pasión era precisamente informar, tu pasión era informarte e informar con veracidad. Analista experto en terrorismo islámico, con tu propia opinión razonada y contrastada de cualquier tema de política nacional o internacional. En ocasiones no estaba de acuerdo contigo, pero era difícil rebatirte cuando tú tenías siempre hechos, números, información y una gran formación en historia y geografía (aunque se me pusieran los pelos de punta con tu sintaxis).

Y así, me siento a la deriva, y necesito tu opinión sobre lo que está pasando en el mundo, a pesar de que, cuando estabas conmigo, había llegado a enfadarme porque me sentía colapsada por la avalancha de información, porque tenía que pararte los pies para que no te pasaras horas diseccionando la actualidad en tu deseo de darme información fidedigna. Era tu pasión. Ojalá yo pudiera sentir la misma pasión que sentías tú como periodista porque estoy segura de que hace tiempo que habría escrito un best-seller y me habría hecho famosa... Seguro que ahora te ríes por mi ocurrencia.

Ojalá pudiera entrelazar mi mano con la tuya. Tu mano, una mano pequeña comparada con tu corpulencia, con tu corpachón, ese cuerpo grande que escondía una sensiblidad aún más grande.Una mano que de igual manera podía manejar un arma, que sujetar con delicadeza una diminuta maqueta, accionar una cámara fotográfica, acariciar con extrema ternura...la mano que se entrelazaba a la mía cuando paseábamos, esa mano que ya nunca me darás.

Soledad. Nuestro entorno, tus amigos y mis amigos, tienen sus propias vidas de que ocuparse e imagino que piensan que, tras el funeral, yo he iniciado la remontada y ya camino otra vez por la senda de mi vida. Y no es así. Mi vida sigue detenida en el momento en que moriste. Que siga trabajando, comprando, limpiando, hablando, incluso riendo...no quiere decir que camine...mi corazón y mi alma siguen hechos pedazos al pie de ese reloj que se rompió el día 24 de abril de 2015, hace casi cinco meses, cuando tu corazón se detuvo.

Sé que tengo que remontar y seguir adelante. No soy una jovencita, pero tampoco una anciana. Estoy a un año de los cincuenta, una edad a la que aún quedan algunas cosas por hacer. A esa edad la gente sigue enamorándose y hace planes. Pero ¿cómo voy a enamorarme yo? ¿Tienes algún hermano gemelo al que no conozca? Porque en estos momentos echo de menos hasta tus defectos y me resultan estúpidas las cosas por las que me enfadaba o por las que me sacabas de quicio.... Al final te fuiste sin cortarte el pelo y quitarte la coleta que llevaste los últimos meses. Y me tomabas el pelo diciéndome que a ver si me ponía de acuerdo, que cuando llevabas el pelo corto te decía que no te gustaba tan pelón y que ahora que lo llevabas largo tampoco me gustaba. Y yo respondía que no había que irse de un extremo al otro.

Has dejado el listón demasiado alto. ¿Dónde podría encontrar a un hombre con tu determinación, con tu valor, con tus principios, con tu sentido de la justicia y del honor, a un hombre tan valiente, tan decidido, tan cariñoso, tan sensible y que me ame tanto como tú me amaste? Creo que en ningún sitio. Si existe, házmelo saber.

Hace sol. Zulú duerme a mis pies, Claire en el sofá y Rita debe de estar dormida en alguna de las camas. Míguel con su padre. La vida sigue y yo sigo preguntándome qué sentido tiene todo, qué hacemos aquí, para qué nacemos, amamos y hacemos planes para morir en cualquier momento dejando lágrimas y recuerdos y, al cabo de unos años, cuando mueren las personas que nos lloran, olvido.

De momento yo sigo recordando.

Te quiere,

Tu ranita



sábado, 5 de septiembre de 2015

Vínculos

Zulú reposa a mis pies (no lo diré muy alto) y las gatas están durmiendo a pocos pasos. Tranquilidad después de un buen rato de ladridos, maullidos, gritos y carreras.

El día amaneció soleado. En el exterior, ruido de automóviles que pasan y de gente que hace sus compras (es sábado por la mañana) o simplemente pasea. Hace tiempo que me molesta que los sonidos del exterior entren en mi casa. Desearía que los únicos sonidos que llegaran aquí fueran el canto de los pájaros, el de los grillos o el borboteo de un manantial de agua. Dudo de que algún día pueda ser así, a no ser que me haya tocado o me toque el cuponazo o la primitiva.

Fernando y yo soñabamos con tener algún día una casa con terreno y jardín para nuestros animales. Él acostumbraba a soñar, él decía, un tanto vulgarmente, cuando miraba casas o imaginaba lo que haría en tal o cual terreno, que él simplemente se hacía "pajas mentales".

 Soñar y desear es lo único que tenemos. Si no pudiéramos soñar, la vida no tendría mucho sentido, por mucho que los gurús, filósofos y maestros religiosos nos digan que hay que vivir el presente. El presente es a menudo muy prosaico, repetitivo y aburrido. Es necesario soñar para no ser muertos en vida.

Desde que él murió no sueño despierta. No sé qué soñar porque me había acostumbrado a que mis sueños lo incluyeran a él, más bien, era el principal elemento de mis sueños, al lado de mi hijo. Sí.  Sigo deseando que me toque la lotería para dejar de trabajar, comprarme una casa y dedicarme a hacer lo que más me guste, pero ahora a esos sueños le falta la chispa, la ilusión, el brillo,  porque si se cumplen esos sueños, él no estará para compartirlos conmigo.

Los vínculos que nos unen a determinadas personas son algo extraño. Groucho Marx decía que el matrimonio hace extraños compañeros de cama. Yo diría que es el amor el que hace extraños compañeros de cama.

Cuando Fernando se puso en contacto conmigo a través de una red social, dudé entre contestar o no, pero al final lo hice con una sonrisa en mis labios mientras le escribía y le decía, aproximadamente, con un toque de humor que "no podía menos que contestarle porque tenía curiosidad por saber cómo un hombre como él, superviviente de unas cuantas guerras, podía interesarse por alguien como yo, en cuyo perfil se veía perfectamente que era poco menos que una madre trabajadora a tiempo completo". Y él me respondió y yo volví a escribir y, desde entonces ya no nos separamos hasta el día de su muerte, a pesar de los 600 km que impidieron que pudiéramos vivir juntos como queríamos. Y así estuvimos el uno al lado del otro, en lo bueno y en lo malo, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte nos separó. Sólo nos faltó decir el sí quiero.

La vida también hace extraños compañeros que llegan a tu vida y se quedan, a veces físicamente, otras veces en tu corazón, entrelazados entre los recodos del alma, para siempre.

La muerte de Fernando también creó esos vínculos, al menos en una dirección, la de mi corazón y mi agradecimiento, y descubrí a los que realmente habían sido sus grandes amigos. Triste es tener que descubrir eso una vez muerto.  

Madrid, León, Bilbao... De algunos no volveré a saber nada, otros, espero de verdad que de una forma u otra se queden en mi vida... Lo cierto es que siempre lo estarán aunque yo desaparezca de las suyas y nuestras existencias den un giro de 180 grados.

Vínculos...que no mitigan mi pena, ni enmascaran tu ausencia pero que dan un poco de paz a mi corazón maltrecho. 


sábado, 29 de agosto de 2015

Desde tu partida...

Querido sapote gruñón,

Nuestra pequeña tropa está bien. Míguel aprobó 3º de ESO con un promedio de notables y sobresalientes. Claire y Rita están tan bonitas como siempre, aunque estoy segura de que si pudieran hablar no dejarían de reprocharme que haya traído a casa a esa cosa enorme y negra de cuatro patas que no deja de perseguirlas y de ladrarles, y que ha ocupado el lugar que les correspondía en mi habitación. Nuestra pequeña tropa son la razón de mi vida, mi razón para continuar.

Sí, Zulú es un trozo de pan, dulce, con una mirada inocente que derrite a cualquiera pero...un cabroncete que, cuando no está dormido y quiere jugar, agobia a las gatas que se refugian debajo del sofá, de las camas o en la galería, defendiéndose con bufidos y zarpazos. Tu Zulú está hecho un tremendo trasto. Confieso que hay momentos en que me pregunto cómo he podido ser capaz de meterme en semejante lío y encontrarme con este circo en casa. No doy abasto, estoy agotada. Zulú me supone levantarme a las cinco y media de la madrugada, pasearlo cuatro veces al día. No hay prácticamente día en que no lo lleve hasta el pipicán para que pase una hora suelto con su pelota o jugando con otros perros.

Trabajo, casa, hijo, gatas...perro...mi vida se reduce a eso y, envolviéndolo todo, tu ausencia, la incredulidad que aún me asalta en ocasiones, el dolor, la impotencia... Cuesta mucho aceptar que nunca más volverás, que no disfrutarás de una puesta de sol en el pantano de Manzanares, de un paseo por la playa, de tus libros, del aire, de un paseo por la sierra...de mi amor, de mis regañinas, de mis caricias. Cuesta mucho aceptar que ya no estás conmigo para compartir mi vida, mis alegrías, mis preocupaciones, mis noches y mis días, que nunca más me dormiré con tu brazo rodeando mi cintura y tu respiración en mi nuca.

He perdido la fe, cariño, la que aún me quedaba. La fe en que todo tiene un sentido, en algo más allá de este lugar en el que estamos. Nunca había creído a pies juntillas en un Dios Todopoderoso, pero sí que, cuando reflexionaba, la vida me parecía algo con mucha mayor trascendencia, en mi interior sentía que todo tenía un propósito...no sé cómo explicarlo... y no tengo ganas de filosofar. Esto es simplemente una carta para ponerte al día porque, aunque es lo que querría, dudo de que te hayas podido quedar junto a mi para seguir de cerca mis pasos. Internet llega a todos sitios, quizás llegue a donde tú estás.

Tengo días mejores y peores. Los días pasan unos detrás de otros. Amanece y anochece y yo me levanto y me acuesto. Y cumplo con mis obligaciones, y hablo y río...pero tu ausencia sigue ahí, agrandándose...

No sé qué hacer con mi existencia. Nuestros planes se han desvanecido y me toca continuar sola. Desearía poder coger mi vida y sacudirla como si fuera una alfombra para airearla; me gustaría poder cambiar de población, hacer las maletas, irme de Cataluña, empezar en otro sitio, excepto en Madrid  (porque tu ya no estás allí), cambiar de trabajo, reinventarme. No lo sé. Supongo que me siento demasiado sola, demasiado perdida ahora que te has ido. Rodeada de personas, pero sola con mis pensamientos.

Miro a la gente, el cielo, los árboles, escucho las conversaciones y todo eso me parece inconsistente tras haber sido abofeteada por tu muerte, que trajo consigo la certeza de que somos motas de polvo sin más importancia para el universo que las hormigas que aplastamos incoscientemente al caminar. Pobres motas de polvo paseando nuestro ego como si fueramos algo especial e importante.

...Pero esto es el amor. Tú y yo lo sabemos. Y esas personas que te hirieron y que no se merecen ni ser nombradas, nunca sabrán lo que es. No sabrán lo que es sufrir y perder porque para eso es preciso saber amar y ser amado. Y sus corazones emponzoñados nunca tendrán esa suerte.

Te quiere,

Tu ranita

lunes, 27 de julio de 2015

Cenizas y recuerdos



Por más que quiera, desde hace tres meses, todos mis relatos le dan vueltas al mismo asunto, a la desgracia que abrió la tierra bajo mis pies. La imaginación y la realidad se juntan en mis relatos. Tendré que cambiar de estrategia, escribir otra novela para niños u obligarme a escribir sobre algún tema que nada tenga que ver con esto. Ese es mi propósito. Mientras tanto, el río de la vida fluye y mi cuerpo con él, aunque mi alma sigue anclada en otro sitio.





Tres meses después del funeral me hallaba otra vez en el cementerio, en el columbario, sola,  mirando tu lápida. Las flores naturales hacía semanas que se habían marchitado pero las artificiales seguían en el jarrón, adornando el lugar en el que reposaban tus cenizas.
 Leí la inscripción. Había pedido que grabaran en la placa “Con amor de Blanca, tu esposa”.
 Nunca fui tu esposa oficialmente, no nos dio tiempo a plantearnos una boda, acuciados como estábamos por los problemas. No podíamos sospechar que la muerte nos haría una visita de manera tan pérfida, sin darnos un aviso, sin tiempo para que nos despidiéramos. Sibilina, llegó a ti mientras dormías, agotado de un largo viaje. Quizás tu corazón estaba demasiado cansado: demasiadas escaramuzas, demasiadas batallas, demasiadas guerras, la peor con dos terribles aliadas, una crisis económica y una harpía desequilibrada, rencorosa y retorcida, que parió dos buitres que te sacaron los ojos.
Habían pasado tres meses y no había día en que el estupor no se presentara en un sitio o en otro. En el marco de la puerta de la cocina, donde te apoyabas mirándome mientras preparaba la cena; en el dormitorio, cuando nos íbamos a dormir y rodeabas mi cintura con tu brazo y sentía tu respiración en mi nuca; en tus camisas entre mi ropa al vestirme por las mañanas, al cruzar la calle, en la papelería donde comprabas el periódico, en el supermercado, en la playa, en la taberna de la esquina, aquella que te hacía tanta gracia, la Taberna del Legionario, que te evocaba historias de treinta años atrás.
No podía con la carga de la añoranza y de la pérdida. Me sorprendía preguntándome cómo podía estar tomándome una taza de café, sonriendo en la oficina, oyendo atenta a mi hijo haciéndome el resumen del día, comprando, comprobando la cuenta bancaria… ¿Cómo era posible que yo pudiera estar haciendo todo eso mientras tú estabas muerto? ¿Cómo podía comer, dormir, trabajar, respirar mientras tus cenizas estaban en una urna, en ese cementerio en el que en aquel momento me encontraba? Era absurdo, histriónico, una broma de pésimo gusto. Tú y yo habíamos hecho planes. Soñabas con una casa en el campo, con tu propia habitación para montar tus maquetas y atesorar tus recuerdos, con un jardín en donde pudieran correr nuestros perros, porque entonces podríamos tener más de uno…Querías llevarme a París y recorrer juntos sus calles…
Y a cambio tenía tus cenizas y un puñado de fotos.
Cuando alguien muere, todo el mundo toma prestadas frases tan poco originales como “la vida sigue”, “tienes a tus hijos”, “él (o ella) no querría que estuvieras triste”. Son frases poco originales pero dolorosamente ciertas que sacamos del cajón cuando tenemos que dar un pésame o consolar por un pérdida. Sí. La vida sigue y no queda otra solución que seguir tras ella, con el alma resquebrajada por dentro y una sonrisa recién recogida del tendedero porque la colgamos cada noche para airearla y, así, poder ponérnosla cada mañana como si fuera un vestido.
Poco a poco cesan las preguntas. La familia y los amigos dan por hecho que lo peor ha pasado y, como nos levantamos cada día y actuamos como siempre habíamos hecho, creen que el duelo se ha marchado y se ha alejado de nosotros con paso quedo.
No es cierto. Allí estaba yo tres meses después, con el alma aún sorprendida y el corazón amotinado, odiando al destino, odiando a aquella harpía, deseando que se pudriera en el infierno después de morir de una muerte atroz. ¡Cómo podía ser capaz de odiar tanto a alguien! Odio desmedido por el daño que te habían hecho, porque tenía la certeza de que tu corazón no había resistido tanta presión, tanta frustración, tantos desprecios. Decías que yo era lo mejor que te había pasado en aquellos últimos tres años. Decías que yo era la mujer que te había enseñado lo que era realmente el amor.
Yo sigo sintiéndome culpable por no haber podido protegerte de todo eso mientras luchabas por salir adelante; culpable porque no bastó con mi amor para que tu pudieras seguir escribiendo en el libro de nuestros sueños y de nuestro futuro compartido. Culpable por las veces en que me enfadé, por las veces en que me quejé por soportar sobre mis hombros tanto peso, a pesar de que el tuyo doblaba el mío, por las veces en que la frustración sumergió la pasión en el río del miedo para ahogarla y se quedó con momentos de ternura.
Has muerto. Y me he quedado sin nada. No he podido quedarme ni con uno de los muchos libros de tu estantería, ni con uno de esos recuerdos que tanto valor sentimental tenían y que atesorabas con cariño.  Lo último que pude hacer por ti fue tomar tus cenizas en mis manos y ofrecerte un lugar en el que reposaran con dignidad, lejos de las garras del odio.
 Nada de lo tuyo me pertenece. Ella se ha hecho cargo de todo e incluso puede que reclame una pensión por viudedad. Esa mujer que durante un tiempo te dijo que te quería para después abandonarte, sin haber ni siquiera atisbado quien se escondía tras ese aspecto de hombre rudo y maneras algo bruscas. No atisbó tu sensibilidad, tu sentido del deber, tu sentido del honor, tu dolor ante las injusticias.
¿Y ellos? Son huérfanos. Ellos tendrán una pensión de orfandad a pesar que durante meses te abandonaron, acusándote de todo. No deja de sorprender que nunca se quejaran cuando tu cuenta bancaria era un pozo sin fondo para sus caprichos.
¿Yo? Yo tendré la certeza absoluta de tu amor por mí, la certeza absoluta de haber conocido a un hombre que ha abierto las puertas de mi vida a ideas y sentimientos que no sabía que existían, de haber derribado clichés que nublaban mis ojos, la certeza absoluta de haber conocido a un hombre que se abrió a mí y puso su pasado, su presente y su futuro en mis manos, la certeza absoluta de que nadie más me amará como tú.
Muerte sibilina. Día tras día sigo preguntándome por qué me lo quitaste, por qué lo arrancaste de mí. Y te lo preguntaré cuando vengas a buscarme y quizás, mientras tú y yo tomamos un café sentadas en la mesa de la eternidad, pueda entender por qué mi vida ha dejado de tener sentido.