Aviso para navegantes

En memoria de Fernando Cuen Martín, que me amó y creyó en mí. Ya ha pasado un año. Siempre en mi corazón.

martes, 22 de diciembre de 2015

El mar tras un naufragio



El naúfrago contempla el mar desde la orilla a la que ha llegado exhausto, entumecido de frío y casi desnudo. Se arrodilla en la arena y respira con dificultad. No puede creer que haya conseguido llegar a tierra y que las olas enfurecidas no lo hayan engullido, furiosas, y arrastrado hacia el fondo del mar o contra el arrecife.

El barco que hasta hacía unas pocas horas surcaba, veloz y orgulloso, las aguas tranquilas bajo un cielo azul apenas salpicado de nubes blancas, ha sucumbido a la feroz tormenta que metaformoseó a aquellas en monstruos voraces, y de él no han quedado más que informes pedazos que flotan como testimonio de que el mar, símbolo de vida, también guarda una guadaña capaz de segar sueños.

El naúfrago se mira las manos vacías y su cuerpo desnudo, pero tras horas de agonía descubre que, aun vacías, aún tiene sus manos y que su cuerpo desnudo, magullado y sangrante, puede ponerse en pie y caminar.

Creyó que jamás conseguiría escapar a la fuerza inmisericorde de las olas, a la indiferencia del viento que destrozó velas y mástiles y que lo vapuleó y arrastró como una marioneta rota, mientras se hundía una y otra vez y pataleaba para salir a la superficie.

Pero allí está, milagrosamente vivo, y el mar duerme y se mece. Y, tan solo los restos del naufragio delatan su noche de furia y crueldad.

Restos del naufragio: recuerdos, fotos, imágenes, ilusiones rotas, decepciones, llanto, su voz y, a veces, su presencia en el mundo onírico, en donde aún puede abrazarme.
 
Y como el naúfrago, he llegado a tierra y toco la arena con mis manos, y soy capaz de ponerme en pie, magullada y herida y casi desnuda, pero con una mayor clarividencia, mezcla de la tristeza y las decepciones. Y sólo existen dos opciones, dejar de luchar contra las olas y hundirse, o arrastrarse a la orilla y seguir viviendo, recogiendo los restos del naufragio, llevándolos como mochila, no como ancla.



domingo, 6 de diciembre de 2015

Diario de un duelo




Cuando tenía catorce o quince años escribí un diario en el que me desahogaba explicando mis sentimientos, mis dudas, mis complejos, mis alegrías y todas aquellas cosas que me sentía incapaz de explicarle a nadie más y, mucho menos a mi madre, una buena madre, pero de otra generación con ideas muy limitadas. Ese diario no era más que una libreta vulgar, de muelle, que yo guardaba entre mi ropa, en un lugar a buen recaudo de la curiosidad y los ojos de los demás.

Hoy en día, en la época de la globalización, de las comunicaciones, de las redes sociales, he vuelto a escribir un diario, con la diferencia de que ya no se llama diario, sino blog, y  ya no está escondido en un cajón, sino que lo comparto con otra mucha gente a la que ni siquiera conozco.

Este blog no empezó siendo un diario, no era esa mi intención. Mi intención era volver a escribir, recuperar un sueño, despertar a esa escritora que se había quedado dormida mientras la vida la llevaba por otros caminos. Mi intención era escribir relatos y hacer algunas reflexiones, porque escribir es la forma en la que me expreso mejor, en la que puedo ser yo misma, volcar lo que llevo dentro sobre un papel,  pues pocas veces vemos más allá del caparazón de las personas al que llamamos cuerpo.

 Sin embargo la muerte de Fernando ha tenido dos efectos. Por una parte ha acrecentado mi deseo de despertar a esa escritora dormida y por otra ha convertido mi blog en un diario, en el diario de mi duelo por su muerte. Él me empujó a escribir cuando vivía y ha vuelto a hacerlo desde el lugar donde se encuentra. Quizás él ya no sea él, ya no sea Fernando, pero de alguna manera sigue presente. La energía no desaparece, sólo se transforma, y él era pura energía.

Los meses han ido pasando, el dolor mitigándose, y a pesar de las recaídas que llegan cuando menos me lo espero, zarandeándome y convirtiendo mi pena en rabia o en llanto, he empezado a levantarme,  aunque mi alma sea como un cristal resquebrajado y mi corazón esté cicatrizando.

 Estoy en pie y sigo viva, en esta absurda vida que ha perdido el sentido trascendente que antes tenía para mi, pero aquí estoy y no tengo otra opción que seguir caminando;  tengo un hijo al que cuidar y  un perro y unas gatas que son mi responsabilidad. Tengo que seguir caminando porque es lo que Fernando querría que hiciera, seguir caminando y seguir viviendo, aunque no tenga ni idea de para qué estamos aquí ni para qué vivimos.

Continuaré escribiendo, otras personas subirán al tren conmigo yendo de una estación a otra y quizás vuelva a encontrar el sentido a todo esto.

 La muerte de alguien que comparte su vida contigo destruye parte de la tuya, y es muy difícil y doloroso cambiar las perspectiva, y volver a enfocar la mirada en otra dirección sin esa persona. Durante meses el futuro se ve borroso y luego poco a poco se empiezan a distinguir los contornos. Ya no es el futuro al que te dirigías antes, ni siquiera sabes cual es, pero al menos puedes verlo.

Casi Navidad. Nada de celebraciones este año. No soy capaz de celebrar nada. No todavía. Volveré a a hacerlo, pero seguiré recordando a alguien que me quiso como nunca me habían querido jamás.

Buenas noches