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En memoria de Fernando Cuen Martín, que me amó y creyó en mí. Ya ha pasado un año. Siempre en mi corazón.

domingo, 6 de marzo de 2016

Fechas señaladas

Las horas, los días, los meses van corriendo unos detrás de otros, unas veces perezosos, otras veces empujándose para llegar antes sin saber que en cuanto lleguen caerán en ese lugar de nuestra vida al que llamamos el pasado. Y cuantos más horas, dias y meses lleguen a ese lugar, menos futuro habrá en nuestro horizonte.

Las fechas señaladas son esos días que llegan para hacernos conscientes del tiempo que ha quedado atrás, fechas que se repiten un año tras otro y que hurgan en el dolor de nuestras pérdidas, que nos hacen añorar a ese ser querido que ya no está y con el que compartimos esos días marcados de rojo en el calendario y en nuestro corazón.

Desde la muerte de Fernando, la noche de Sant Jordi (del 23 al 24 de abril), esas fechas señaladas han ido cayendo sobre mi como losas: su santo, mi cumpleaños, mi santo, Navidad, Nochevieja...San Valentín...

San Valentín, el día en que nos conocimos en persona, después de dos meses escasos de correos electrónicos y llamadas telefónicas. 

Aquel San Valentín yo tenía un resfriado tremendo, la nariz me sangraba y salí antes de trabajar para irme a urgencias. Me extrañaba que él no me hubiera enviado un mensaje como hacía cada día a primera hora de la mañana, y más siendo un día tan especial. Empecé a temer que hubiera hecho una tontería y que se presentara sin avisar. ¡No, por Dios! Mi cara era todo un poema, la nariz roja como la de Rudolf, los ojos lacrimosos, y una congestión que no podía con mi alma.

En el hospital le envié un mensaje disimulando mi suposición y diciéndole lo que me había pasado y fue entonces cuando me dijo que acababa de aterrizar en el aeropuerto y que estaba en un taxi camino de Barcelona. No hace falta que imaginéis lo que sentí en ese momento...temor, dudas, cosquilleo en el estómago, ilusión, el miedo de que me viera y pensara que era horrorosa, miedo a que al encontrarnos la chispa de aquellos dos meses desaparaciera.

Llegué a la estación de Sants en la que habíamos quedado, en donde yo iba a coger el tren para volver a casa y me metí directa en el lavabo para intentar arreglar mi desastre de cara....ahora sonrío al pensarlo. Creo que eso no se lo dije nunca. Y luego salí y lo busqué, lo único que tenía eran las fotos que me había enviado. Y, de repente, vi a un grandullón con un impermeable y una gorra. Y no acababa de reconocerlo, porque se había recortado la barba y tenía el pelo más corto. Y me acerqué...y la chispa se mantuvo... Para la ocasión me había comprado una caja de bombones y un cojín de San Valentín con un osito que sigue en la estantería de mi habitación junto con otros recuerdos.


Lo arrastré, algo histérica, fuera de la estación, temerosa de que alguien de mi trabajo me encontrara paseando de la ciudad, cuando me había marchado de la oficina porque me encontraba mal, y acabamos en  una pizzeria en la que comimos. Para entonces él ya tenía mis manos en las suyas. Luego lo llevé hasta Plaza de Cataluña y caminamos hasta el centro comercial Maremagnum. Recuerdo que nos sentamos a tomar un café. Yo me encontraba fatal, casi diría que tenía fiebre, y hacía lo posible por estar a la altura de la conversación. Cuando me quejé de la pinta que tenía me dijo que estaba preciosa, encantadora, y en las ocasiones en que tiempo después se lo recordé, siguió diciendo que aquel día me encontró absolutamente encantadora. Así era él, tierno, cariñoso, sediento de dar amor y de recibirlo, un hombre encantador dentro de un gran corpachón.

Regresamos caminando hasta Plaza de Cataluña en donde nos despedimos para que pudiera coger un taxi de camino al aeropuerto. Y me besó por primera vez. Un beso tierno, dulce, lento, un beso de amor, el mejor beso de amor de mi vida, no me preguntéis por qué. Quizás porque era un beso cargado hasta los bordes de ilusión, de descubrimiento y de esperanza.

El día 30 de marzo cumpliría 63 años y el día 24 de abril hará un año de su muerte. Hay momentos en que sigue pareciéndome increíble. 

Ya no siento el dolor desgarrador y la rabia sorda de los primeros meses contra la vida y el destino, pero no he perdonado y sigo deseando la muerte a esas personas que le hicieron daño durante su vida y que quisieron ningunearlo en su muerte. Nunca perdonaré. Soy incapaz, yo, que jamás he sido rencorosa. Sin embargo, la melancolía sigue y sigo sin saber cómo encauzar mi vida.

Las horas, los días, los meses, van corriendo unos detrás de otros y yo sigo encallada, anclada, y aún hay momentos en que dentro de mi estalla la furia, preñada de frustración y pena, una furia que me asusta a mi y que dejá a Zulú asustado en un rincón.

También hay días en que miro al futuro y me digo a mi misma que aún no soy tan mayor, que ahí afuera debe de haber otro hombre que espere ser amado y que pueda amarme, que aún tengo muchas cosas por hacer, pero entonces me asusta pensar que para dar ese paso tendré que dejar a Fernando a un lado del camino, y miro sus fotos en la estantería, su chaqueta en mi armario, su osito en mi estantería...y me falta el valor.