De Barcelona a Madrid, 17 de octubre de 2015
Son las 8:10 de la mañana. El
AVE acaba de dejar atrás la estación de Sants en dirección a Madrid. Sus
siguientes paradas son Camp Tarragona, Lleida Pirineus, Tres Delicias,
Calatayud y, como final de recorrido, Madrid-Puerta de Atocha.
Escribo esta entrada mientras
contemplo el paisaje a través del cristal de la ventanilla a 239 km/hora y escucho Arcadia de Miriam
Stockley. Desde hace unos años, cuando necesito escribir, soñar, perderme en mi
mundo, es la música de este estilo la que necesito.
Madrid es mi destino por
primera vez desde hace cinco meses. En aquella ocasión fue para hacer que las
cenizas de Fernando descansaran en paz. Las cenizas y no su espíritu, porque Fernando
era un hombre inquieto, un hombre de acción…y ahora que por fin está libre de
ese cuerpo material que enferma, duele y se cansa, imagino que no cesa de
recorrer su Sierra de Guadarrama, de interesarse por lo que hacen sus amigos,
de recoger noticias para tener informados a los habitantes de ese mundo al que
llamamos Más Allá (aunque en realidad está muy cerca, en nuestros corazones). Y,
estoy totalmente segura, sigue los pasos de su ranita, que no lo olvida ni un
solo momento. Siento que, muchas veces, vea mi tristeza, mi melancolía,
mi rabia…
Cariño, si no fuera así no se le podría llamar amor a lo que sentí y
lo que siento por ti.
Este es un viaje de ida y
vuelta. El domingo volveré a estar en Barcelona. Es un viaje de ida y vuelta,
en realidad un viaje de eterno retorno, pues, aunque no sé cuánto tardaré en
volver a pisar Atocha cuando tome el tren de regreso, mis sentimientos y mi corazón
retornan una y otra vez a Fernando.
Sé que él no querría que me
rindiera a la pena y a la desilusión. Él no. Vital, amante de la vida como era
a pesar de los desengaños, a pesar de la desesperación por la estupidez humana
y las injusticias, nunca dejó de disfrutar de cualquier momento de felicidad,
por pequeño que fuera, como contemplar abrazados el mar o pasear con sus
perrillos.
Bruna se marchó antes que él.
No me cabe duda de que ahora ella vuelve a trotar a su lado, salpicando trozos
de nube, contenta de haberse reunido otra vez con su amo querido. Zulú y yo nos
reuniremos con ellos cuando llegue el momento y, desde allí, cuidaremos de los
que queremos, de aquellos que nos recuerden con lágrimas en el corazón y una sonrisa
en los labios.
Poco a poco hago las paces con
la Vida y con la Muerte, que no son más que las dos caras de la misma realidad.
Durante un tiempo no vemos la cara oculta, como sucede con la Luna pero, cuando nuestros días terminan en esta cara
visible desde la que ahora escribo estas líneas, hacemos un viaje a la cara
oculta…y es en esa cara oculta en donde la iluminación es mejor…. Eso es lo que
creo cuando la pena me da tregua y de nuevo mi yo anterior a la muerte de
Fernando bracea hasta la superficie para respirar.
Volveré a ser yo, pero ya nunca
seré la misma. Fernando abrió mi campo de visión y me hizo ampliar mi
perspectiva. Mi vida nunca será la misma después de haberlo conocido. Y su
muerte ha vapuleado ideas y creencias y me ha dejado temblorosa y perdida…
Sin embargo, tras estos meses
de sufrir por su ausencia, de tristeza, de rabia contra todo, de ira contra la
Vida, contra la Muerte, contra Dios… tras estos meses de no encontrar sentido a nada, he
conseguido aferrarme a un resquicio del precipicio, he escalado dando traspiés
y me he sentado mirando al horizonte.
Nunca seré la misma, pero el
sentido de la vida sigue siendo el que era, amar, cuidar, arropar el alma de los
que quiero y de los que llegarán y a los que querré. ¿Qué otro sentido tiene la
vida? Sí. Vivir el momento, disfrutar, irse de viaje, tomarse unas copas…. Pero
yo no hablo de ese tipo de sentido. Yo hablo del sentido trascendente, del que
está dentro de nosotros, de nuestra conciencia, de nuestro espíritu, de eso que
me niego a aceptar que muera cuando nuestro pobre cuerpo hecho de agua, de células,
de materia, desaparece. Su muerte me ha puesto muy difícil continuar creyendo
en eso, pero creo que ganaré la batalla.
Por ello, no permitiré que
mi corazón se empozoñe con el dolor que esos que hirieron y que quisieron humillar
a Fernando me causaron. Lo que le atrajo de mí, según decía, fue mi sinceridad,
mi generosidad que hacía que no me diera cuenta de la maldad que existía.
Ya tengo 49 años y mucho
vivido, sobre todo desde abril, y ya sé que la maldad existe y no sólo en las
noticias de televisión, sino muy cercana, como la que le rondaba a él…. Sin
embargo, no dejaré que mi corazón se pudra como el de aquellos que, en lugar de
con comprensión y amor, envolvieron a Fernando
con odio. No. No lo permitiré porque entonces habrán ganado la guerra y la
ranita que él amó dejará de existir.
Eso no quiere decir que olvide
o perdone. Ni olvidaré, ni perdonaré. Y si la vida me da la oportunidad,
devolveré el golpe.
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