El otoño ha llegado. Desde hace
días el cielo se ha cambiado de ropa y viste de gris, y estalla en
llanto a cada momento, mojando de lágrimas calles y tejados. El cielo no
quiere despedirse del verano y se aferra a su mano porque sabe que no
volverán a encontrarse hasta dentro de mucho tiempo. El cielo y el
verano tienen suerte, algún día, dentro de unos meses, volverán a
abrazarse, pero las despedidas siempre son tristes, aunque no sean para
siempre.
La
pereza me envuelve, el color gris también es el color de mi alma.
También llegará el verano para ella, pero no habrá ningún reencuentro,
porque Fernando no volverá para abrazarla, no volverá para abrazar mi
alma y acariciar mi cabello.
Sin embargo volverá a salir el sol y quizás yo misma podré iluminar con mi propia luz a otras personas.
Desde
abril no he cesado de preguntarme por el sentido de la vida. Día tras
día me cuestiono si vale la pena estar en este mundo, traer niños a él,
me pregunto de qué sirve nacer. El "carpe diem" que todo el mundo
invoca me parece casi una estupidez si al fin y al cabo la muerte
llamará a nuestra puerta más tarde o más temprano.
Sin
embargo, a pesar de la tragedia, de la tristeza, del tremendo peso que
soporta mi espíritu, a pesar del odio y la rabia, aunque no quiera
escuchar esa voz que se ahoga dentro de mi desde que él murió, de tanto
en tanto, a fuerza de intentarlo, consigue llamar mi atención y me
recuerda que, por mucho que dude, el significado de la vida sigue siendo
para mi el mismo que ha sido siempre: dar amor, cuidar, crear un hogar
en el que los míos se sientan queridos y protegidos y caminar por el
camino de mi existencia haciendo todo el bien que pueda y, en su
defecto, intentando hacer el menor daño posible. No siempre lo he
conseguido, pero siempre, a pesar de mis imperfecciones, de mis
defectos, de mi ego y de mis debilidades, es lo que he creído y es lo
que he intentado.
Habitaciones
con vistas. Nunca me cansaba de hacer la misma fotografía desde el
balcón de su hogar, desde el balcón del salón. La sierra al fondo, el
campanario coronado por los nidos de las cigüeñas, los tejados.
La
fotografía que encabeza mi entrada de hoy es una de tantas versiones
del mismo paisaje, de las vistas que podía contemplar desde su salón,
desde su habitación , de las vistas que no podía evitar fotografiar cada
vez que iba a visitarlo. Fotografías al amanecer, al anochecer, con
sol, con nubes. Ese paisaje era, para mi, uno de los simbolos de nuestro
amor. Frente a ese paisaje, abrazados en el balcón, sentíamos unan paz
infinita. Recuerdo que alguna vez lo habíamos expresado en palabras
mientras contemplábamos el horizonte, diciendo algo así como: "¡Qué poco
pedimos! Simplemente compartir cada día estos momentos de tranquilidad,
de paz, juntos"
Ha
llegado el otoño y llegará el invierno. Espero que algún día mi alma
consiga sacudirse el frío y que, cuando abra la puerta, la primavera
haya regresado y el sol vuelva a calentarla.
Siempre,
siempre, suceda lo que suceda, mi corazón será el hogar de Fernando, el
lugar en el que él siempre se sintió protegido y amado, porque da igual
donde vayamos, el hogar siempre está en donde están las personas que
nos aman, no entre cuatro paredes, sino dentro de su corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario