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En memoria de Fernando Cuen Martín, que me amó y creyó en mí. Ya ha pasado un año. Siempre en mi corazón.

sábado, 14 de junio de 2014

Y VIVIERON FELICES PARA SIEMPRE...


Tarde de sábado. Estoy sola con mis gatas. La melancolía acecha y llena la habitación de murmullos. Y decido escribir aunque hace días que mi espíritu salta de un sitio a otro sin parar y ahuyenta a la Inspiración.

Así que empiezo a teclear en mi ordenador sin saber muy bien hacia donde irá este relato. Vosotros mismos tendréis que decidir si es autobiográfico, fruto de mi fantasía o una mezcla de ambos. Estoy segura de que las personas que realmente saben quién soy no dudarán ni un momento, y sabrán qué pedacitos son retazos de mi vida y cuáles el producto de mi imaginación.






Ada siempre fue una niña tímida y dulce con un mundo interior rebosante de sueños y esperanzas. Nunca se consideró lo que se dice bonita. Una mancha azul de nacimiento que se extendía sobre el lado derecho de su rostro no sólo dejó huella en su piel sino también en  la percepción que tenía sobre sí misma; si bien es cierto que los comentarios bien o malintencionados, las bromas infantiles y las miradas furtivas de curiosidad ayudaron en gran medida a esa idea que se había hecho sobre sí misma.

Desde su más tierna infancia disfrutaba con la lectura. Su imaginación era un don con el que creaba sus propias historias en las que ella era la protagonista, y en las que podía mostrarse tal cual era y dar vida a sus sueños y escaparse de la realidad. En aquellos sueños, como en aquel cuento que le llegó al alma, el patito feo se transformaba en un cisne y volaba libre y feliz por siempre  jamás.

Su adolescencia fue una época difícil en la que unos padres temerosos y sobreprotectores no hicieron más que intensificar las inseguridades que siempre la acompañaban como una segunda sombra. Y, aunque se enfrentaba al mundo e intentaba disimular y sobreponerse, el único sitio en el que se sentía ella misma era dentro de su propia alma. Y es que ella tenía mucho para dar: amor, cariño, dulzura, lealtad, ilusión.

La niña se convirtió en adolescente, la adolescente maduró y se convirtió en una mujer adulta que, gracias a sus propios esfuerzos y a su tesón, había conseguido airear parte de aquellas inseguridades y ventilarlas al sol.

Sin embargo, en su interior, seguía escondida aquella niña que se veía a sí misma como el patito feo del cuento y que sufría porque nadie se había dado cuenta de que en realidad era un cisne; en su interior seguía escondida aquella niña que tan sólo anhelaba ser querida y querer, dar, cuidar y proteger.

Ada era demasiado emocional y demasiado sensible para el mundo en que le había tocado vivir, el mundo real. Ella hubiera sido una excelente hada madrina o habría aleteado orgullosa con un par de impresionantes alas de ángel.

Y así, tenía dentro de sí el cosquilleo constante de la insatisfacción. El amor había llamado a su puerta en algunas ocasiones y ella la había abierto de par en par, dispuesta a dar, dar y dar. Pero el amor de la vida real tampoco era el amor tal como aparecía en los cuentos de hadas: resplandeciente, ingenuo, repleto de corazones y flores y bombones y princesas bellísimas y príncipes encantadores que luchaban contra dragones y escalaban torres para llegar hasta sus amadas. El amor en la vida real era insconstante. El amor en la vida real era indefenso como un niño pequeño. Necesitaba atención continua, necesitaba que lo acunaran, que le dijeran palabras tiernas y lo protegieran. Si no era así, huía, desaparecía airado, dolido y decepcionado.

En todas las ocasiones el amor se presentó como si nunca fuera a marcharse. ¡Qué ingenua era ella! ¡Y qué ingenuos los hombres que por el simple hecho de decir que amaban creían que el cuento acabaría con el “y fueron felices para siempre”. 

Ada era muy emocional, muy sensible, lo cual era un don maravilloso a la hora de amar, de cuidar, de consolar, de luchar espada en mano al lado de su amado. Sin embargo, el don se convertía en una maldición cuando algo la hería pues no podía contenerse, sus sentimientos salían a borbotones e intentaban hacerse entender y tenía la sensación de que nunca lo conseguían. Y retornaban envueltos en incomprensión, dolor y rencor ajenos.

Uno de los sueños de infancia de Ada era el de ser escritora y, en aquel momento, se hallaba sentada en la arena de la playa, con la vista perdida en el horizonte y el ordenador en sus rodillas, delante de una página en blanco, intentando escribir su propio cuento de hadas, con la melancolía empañándole el corazón igual que las lágrimas empañaban sus ojos, sin saber muy bien hacia donde encaminaban sus pasos el príncipe encantado y la bella princesa de su historia.



FIN…
…O quizás sólo el principio