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En memoria de Fernando Cuen Martín, que me amó y creyó en mí. Ya ha pasado un año. Siempre en mi corazón.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Expedientes de personal, entrada no demasiado poética

Hace un par de días, mientras estaba en el archivo de personal de la Subdirección de Recursos Humanos en la que trabajo, me vino una idea a la cabeza, así, de repente. Nunca me lo había planteado, pero al pensar en los expedientes de personal alfabéticamente ordenados en los armarios de aquel archivo, pensé en lo que sucede cuando hay alguna defunción de alguno de los trabajadores, por enfermedad, por accidente, por la razón que sea, a la edad que sea: ese expediente sale del archivo y se guarda aparte, en una caja, en lo alto de alguna estantería y, tarde o temprano, imagino que se destruye.

Un expediente de personal con diversos apartados: datos identicativos, vida laboral, formación...que resumen la vida de cada uno de los empleados que componen la plantilla de esa administración pública en la que paso varias horas al día, multiplicadas por meses y por años.

Y entonces extrapolé esa idea a la vida real y cotidiana. Cientos, miles, millones de personas que habitamos este planeta y que somos como esos expedientes personales que van llenándose de documentación, que si el DNI, que si el libro de familia, que si el título universitario, que si el diploma de un curso. Somos como esos expedientes personales que un día alguien retira y guarda, lejos ya de las miradas, cuando dejamos de respirar, cuando nuestro corazón ya no palpita.

Durante un tiempo la familia nos llora, los amigos piensan en nosotros y, para los que más nos querían, somos un dulce recuerdo que, en ocasiones, les dibuja una sonrisa en los labios; pero la vida sigue, los amigos, la familia y los que más nos han llorado siguen con sus propias vidas, van a trabajar, salen, se divierten, viajan, se casan, tienen hijos y asumen que la vida es eso, seguir adelante hasta que su propio expediente personal vaya a parar a una caja con la etiqueta de "Defunciones".

Es así. Hace seis meses y 28 días que Fernando murió, seis meses y 28 días de recordarlo constantemente, a cada momento, de vivir rodeada de sus fotos y sus recuerdos, de imágenes de nuestras vivencias que me asaltan cuando menos me lo espero, desde las más triviales a las más emotivas. Siempre estará dentro de mi y tendrá un lugar privilegiado en mi corazón.

Hace ya un tiempo que superé el estupor de ver cómo los demás seguían con sus vidas, como si nada hubiera sucedido, dedicando a Fernando poco más que algún recuerdo entrañable y dedicándome a mi poco más que algún pensamiento aislado, por eso, porque nada ni nadie se detiene, porque la vida fluye y nosotros somos simples gotas de agua en ese fluir perpetuo.

Sé que tengo que seguir e ir llenando los compartimentos de mi expediente personal, por mi misma, abriendo mis puertas a otras experiencias y a otras personas, sin esperar demasiado de nadie. Esa es una lección que ya he aprendido, tan cierta como que amanece cada día, que necesitamos respirar o que la tierra gira alrededor del sol. Las personas entran y salen de nuestras vidas, unas porque quieren, otras porque nosotros queremos y otras sin que ni ellas ni nosotros queramos. Y no hay que aferrarse a ninguna de ellas, tan solo a aquellas que se van a la fuerza, sin desearlo. Y aún así hay que seguir adelante, haciendoles un sitio en nuestro corazón para que su recuerdo viva, mientras nosotros seguimos tomando lo que la vida nos da, a la espera de que alguien nos saque del archivo.