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En memoria de Fernando Cuen Martín, que me amó y creyó en mí. Ya ha pasado un año. Siempre en mi corazón.

viernes, 10 de abril de 2015

A tientas por la vida


Tarde en casa, sola. Los pequeños tesoros crecen y, de la noche a la mañana, el mío ha empezado a agitar sus alas al borde del nido con su vista en el horizonte, descubriendo el mundo y descubriéndose a sí mismo. La adolescencia ha llegado,  ha llegado demasiado pronto y me ha sorprendido desprevenida. Lo observo y me pregunto qué será de su vida, hacia dónde van sus sentimientos y adónde lo llevarán sus sueños. Sé que no puedo protegerlo de la adversidad y de las decepciones porque son inherentes a la vida, igual que lo son la alegría y la risa.
Él descubre la vida y yo transito por ella sin saber aún hacia dónde me encaminan mis pasos por más que trazo planos y señalo sueños en el mapa de mi existencia.
 El espejo me devuelve la imagen de una mujer cercana a los cincuenta, que está perdiendo la tersura de su piel y, con ella, unas cuantas esperanzas e ilusiones.
Él crece y camina solo, ya no necesita tanto mi presencia aunque sí necesita saber que cuenta con todo mi apoyo y un hombro en el que llorar cuando tropiece en el sendero de la vida.
La soledad se asoma a la puerta en muchas ocasiones y me encuentra preguntándome a quién puedo explicar mis preocupaciones y mis miedos, a quien puedo pedir que mire debajo de mi cama para ahuyentar a los monstruos, porque a mi alrededor todo el mundo está demasiado ocupado con su propia vida, pero siguen existiendo monstruos debajo de la cama aunque hayamos crecido.
Y yo sigo preguntándome por el sentido de todo.