Son las doce y media del día
23 de mayo, sábado. Mañana hará un mes desde que tu corazón se detuvo y dejaste
de respirar. Yo sigo respirando, pero mi corazón también se ha detenido,
sorprendido, dolorido, incrédulo.
Durante casi dos años y medio
giré en torno a tu órbita. En realidad, giraba en torno a dos órbitas, la de mi
hijo y la tuya, intentando ajustar el mecanismo de mi nave para mantenerme
próxima a las dos, disponible, cercana, presta a socorrer a mis dos soles.
Dos años y medio intensos, colmados de
experiencias, de vivencias, de amor, de ternura y también de problemas que
fueron creciendo como una bola de nieve, de preocupaciones y de frustración. Y,
sin embargo, nunca dejé de aferrar tu mano y de estar ahí y tú lo sabes. Y es
lo único que ahora querría poder repetirte y confirmarte, que te quise, a pesar
de que a veces no veía la luz al final del túnel y de que protestaba y me
enfadaba. Sé que es una estupidez. Tú lo sabías, lo sabes. Sabes que siempre
cubrí tu retaguardia, como un soldado, y que, como una amante esposa, te
escuchaba, asentía o te contradecía, te acariciaba, te regañaba, apagaba fuegos
y te lanzaba el salvavidas…y me sentía amada y deseada y respetada y mimada. Si
hubieras podido, hubieras disparado a la luna para derribarla del cielo y
ponerla a mis pies, no albergo ni la más minúscula duda, pero no tuviste la
oportunidad.
De una y mil maneras intento
retenerte. Tu foto sobre la mesa mientras escribo estas líneas, tu foto en la
mesilla de noche y en la pared del dormitorio, tu ropa en mi armario, tus
camisetas en un cajón, tus zapatillas al lado de mis zapatos. No hay lugar en
donde no estés presente y, aunque no estuvieras en ninguno, seguirías aferrado
a cada célula de mi cuerpo, a cada pedacito de mi espíritu.
Es triste que no nos demos
cuenta de lo mucho que tenemos hasta que lo perdemos y de lo poco que importa
todo lo demás.
Amor y odio en proporción.
Amor y lealtad hacia ti. Odio hacia los que intentaron pisotearte mientras
vivías y que quisieron humillarte y hacerte desaparecer tras tu muerte. A veces
decías, no sé si con estas mismas palabras, que yo era demasiado buena para
creer que hubiera tanta maldad. Sí que lo creía, y poco a poco había ido
dándome cuenta de la que te acechaba
personificada en seres cercanos, pero hasta el momento de tu muerte no supe que
alguien pudiera albergar tanta perversidad. Tres buitres, tres hienas cebándose
en un cadáver cuando ya no podía defenderse.
Me duelen los recuerdos que
con tanto cariño reuniste y que han sido mancillados y ultrajados, me duele
pensar que manos irreverentes y malditas han tocado todo lo que te pertenecía.
Ni olvidaré ni perdonaré.
Nunca. Jamás.
De una y mil maneras intento
retenerte. Estás en mi corazón y estás en mi casa. Tan sólo necesito tenerte en
mi piel.
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