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En memoria de Fernando Cuen Martín, que me amó y creyó en mí. Ya ha pasado un año. Siempre en mi corazón.

jueves, 1 de mayo de 2014

A SIETE PISOS DE ALTURA

Breve relato que escribí para presentar a un concurso literario. No ha quedado finalista, así que soy libre de publicarlo aquí.


Con los pies en el alféizar de la ventana, a siete pisos de altura, la tristeza y la desesperación me susurran al oído, me estiran del cabello y danzan a mi alrededor en su afán por hacerme trastabillar.
Nubes grises, atiborradas de lluvia, se apiñan sobre los tejados como sucios trozos de algodón, asiéndose a las antenas de televisión para impedir ser arrastradas por el viento que sacude y voltea la ropa tendida. Las cortinas revolotean en la habitación.
Sobre la cama, mi maleta, cajas recién embaladas llenas de libros, sábanas, sonrisas, cuadros, llantos de niños, recuerdos, fotos, caricias, palabras de amor, reproches y reconciliaciones. Las paredes desnudas, el polvo en los rincones, el armario vacío desgarran mi alma y la dejan hecha jirones. Y sobre el escritorio aquel papel, aquella sentencia de muerte escrita con palabras gélidas por una mano impasible. Orden de desahucio. Y el miedo y la angustia y la tristeza infinita al pensar en esos niños que esperan tras la puerta. ¿Cómo decirles que su hogar ya no existe? ¿Cómo voy a poder protegerlos? ¡Oh, Dios! ¿Qué vamos a hacer?
Siete pisos de altura. Saltar al vacío. Un impacto. Un segundo. Y dejaré de sufrir. Quizás mis hijos sean más felices sin mí. Las lágrimas caen deslizándose sobre mi rostro cansado.  Las nubes se unen a mi pesar y lloran sobre el asfalto y sobre el parque llenándolo de charcos.
Levanto un pie y me sostengo en equilibrio. Cierro los ojos. Y, entonces, alguien llama a la puerta y una voz infantil me trae de vuelta a la esperanza. Bajo del alféizar y cierro la ventana. En una esquina del escritorio la orden de desalojo y, debajo de ella, el diario de la mañana con la noticia en primera plana: el rescate de la banca con dinero público. Ni siquiera siento rabia. Tan sólo una pena y una desilusión infinitas.
Tres pares de ojos inocentes me miran y me estremezco, y sé que la muerte tendrá que esperar. Desenredo el pelo que ha quedado enredado entre sus dedos ávidos y me despido de ella.



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