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En memoria de Fernando Cuen Martín, que me amó y creyó en mí. Ya ha pasado un año. Siempre en mi corazón.

viernes, 21 de febrero de 2014

INCERTIDUMBRES

Cuando tenía dieciséis años, admiraba a una de mis profesoras de BUP, mi profesora de Literatura Española (sí, sí, yo hice EGB, BUP y COU…qué tiempos aquellos…). Aquella profesora tenía veinticinco años, era independiente y vivía sola. Era mi modelo a seguir, el no va más, un sueño.

Durante aquella época, la de la adolescencia y la primera juventud, daba por hecho que, al llegar a los treinta, tendría un trabajo en el que me sentiría realizada, estabilidad económica, un hogar con un marido que me amaría el resto de mi vida y dos o tres hijos.

Cerca de los cuarenta y ocho, la vida me ha demostrado que no hay nada permanente, que la estabilidad es una quimera, que el cambio es la primera premisa de la vida y que pocas cosas hay que se mantengan inalterables.

Dejé atrás los dieciséis, los veinticinco y los treinta, y mi futuro sigue cubierto por la bruma. nada es como yo me lo había imaginado y continúo en la persecución de mis sueños. Pero ¿qué otra cosa es la vida? Caer y levantarse, soñar, planear y esperar con los brazos abiertos. 

Si he de ser sincera, uno de mis sueños sí se realizó y ya está a punto de cumplir catorce años. A buen entendedor, pocas palabras bastan.




Querida Violeta,

Estoy esperando el anochecer sentada en el porche de esta casa que, desde hace muchos años, es mi hogar. ¡Es un espectáculo tan bello! El sol desciende lentamente como si lo hiciera a regañadientes tiñendo el cielo de amarillo y naranja y, en un último esfuerzo, se aferra a la cima de las montañas, como te aferras tú a mí, cuando llega la hora de dormir y mamá te da la mano para llevarte a tu cama.

Y es entonces cuando la luna se restriega los ojos, tras su largo sueño diurno, y nos regala su luz para que no tengamos miedo a la oscuridad, y se queda colgada en el cielo como si tú la hubieras pintado con tus lápices de colores.

Los anocheceres al lado del mar son tan hermosos como los atardeceres en la montaña... Recuerdo un anochecer en Cádiz, sentada entre cojines, en un bar al lado de la playa, acurrucada en unos brazos... No es de extrañar que, desde entonces, la llegada de la noche, justo ese momento en que el sol y la luna se saludan, inunden mi corazón de paz. ¿No crees?

Mi pequeña niña, te escribo esta carta porque no pasará mucho tiempo antes de que el sol se esconda por última vez para mí. No te entristezcas. Es algo inevitable. Sé que seguiré a tu lado, cuando pises la hierba húmeda por el rocío, cuando camines por la orilla del mar, cuando contemples un anochecer. 

Mis manos y mi rostro son los de una anciana y mis pasos son torpes y lentos y, sin embargo, mi alma aún revolotea dentro de mí y, de tanto en tanto, se detiene, pliega sus alas y se sienta al borde de mi corazón, sosteniendo un lápiz entre sus dedos, inventando nuevas historias, como si mi vida fuera aún un cuaderno con las páginas en blanco. Y es que siempre queda algún trocito sin garabatear en el que añadir unas cuantas palabras…

Deja que tu alma escriba, Violeta¸ déjala que invente historias. No permitas que tu existencia sea como uno de esos libros que reposan olvidados en una estantería, acumulando polvo, por temor a que te hagan daño, por miedo a fracasar, a perder, a sufrir.

Tardé en aprender que el sufrimiento es parte de la vida, que no puedes retener a quien quiere irse y que, a veces, la muerte se lleva a los que quisieran quedarse contigo para siempre. No fue fácil comprender que no podemos aferrarnos a las cosas, que la incertidumbre es la única certeza y que hemos de ser valientes,  arriesgarnos y apostar por lo que queremos y por los que queremos.

Yo me caí mil veces, lloré, lamí mis heridas y volví a levantarme. Y un día me encontré contemplando un anochecer, al lado de un mar que susurraba con el acento del sur...y comencé a escribir mis propias historias...






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