Una bolita de pelo
blanca y negra, chiquitina, inocente y dulce, con lindos ojos verdes. Nunca
olvidaré a Leila pero querré a Rita tanto como la quise a ella y tanto como
quiero a Claire. Rita, una cachorrita de apenas seis meses que ya me ha entregado su
confianza, que duerme en mis brazos tranquila y relajada, hecha un ovillo,
acurrucada en mi regazo.
Maullidos, bufidos y
miradas de sorpresa… Se acercan, se huelen, se erizan...en su propio idioma
gatuno, y, lentamente, les gana la curiosidad, se aceptan y conviven. No siempre es tan sencillo en el
mundo humano, en el mundo humano donde abundan seres sin escrúpulos, violentos
y desalmados, capaces de maltratar a los pequeños seres de cuatro patas que
llenan nuestra vida de inocencia, cariño y alegría; que nos enseñan la importancia
de la responsabilidad y del compromiso porque dependen absolutamente de
nosotros.
Odio y asco siento por
esos asesinos, por esos seres mutilados a quienes les falta el alma y el
corazón y que no merecen el aire que respiran. Llamarles insectos sería
degradar a una parte de la creación. Ellos son simplemente cáscaras vacías. Dios se quedó sin aire y no les pudo insuflar la humanidad.
Sentada junto a mis
gatas que se acurrucan en mi regazo y ronronean, recuerdo lo que realmente
importa, el hogar, la tranquilidad, los seres a quienes queremos y que nos
quieren. Al final de nuestro camino, llevaremos en la mano nuestro libro de cuentas y lo único que habrá merecido la pena será el número de seres humanos o de cuatro patas a los que hayamos conseguido hacer felices.
Bienvenida a casa Rita. Bienvenida a nuestros corazones.
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